¡De
Machiques a Detroit!
El
increíble viaje de tres venezolanos que se abrieron paso a hacha y machete
desde la selva de su país hasta Estados Unidos en 1947
José Domingo Márquez, José Joaquín Rojas y Régulo Díaz emprendieron viaje en 1947 desde Venezuela a Estados Unidos en un Ford modificado. |
José
Domingo Márquez, alias "Mingo", acostumbraba extraviarse en la selva
de la Sierra de Perijá, en la frontera occidental de Venezuela con Colombia,
cuando apenas tenía nueve años.
Tenía un affaire con la
aventura. Se perdía por horas entre la maleza o jugaba a orillas de los ríos de
su natal Machiques, ignorando las amenazas de culebras y tigres mientras corría
su infancia en el año 1928.
Antonio y María, sus padres,
se veían obligados a organizar excursiones armadas para buscarle cuando caía el
sol.
La irreverencia le ganó
regaños. También le propinaron una que otra paliza con un mandador de doble
cuero, un palo de jabillo común en esos tiempos para arrear el ganado o
espantar a las gallinas.
-Mamaíta, ¡es que yo cuando
sea grande me voy a ir leeeejos, muy lejos!
-¡Ay, Santísima Trinidad,
Virgen del Carmen, como que me ha salido este hijo medio loco! ¡Amparámelo,
Señor!
El
artífice, el músculo y el escribano
La idea de viajar fuera de
Venezuela hedía a utopía en el seno de familias humildes que sobrevivían a
duras penas en el campo en tiempos del gobernante militar Juan Vicente Gómez.
Aún no había carreteras de
asfalto y solo trasladarse hasta la capital, Maracaibo, podía tomar hasta un
mes.
La poca fe de su madre no le
detuvo. "Mingo" contagió de
ese espíritu explorador a José Joaquín Rojas, su primo menor y mejor amigo.
A todos evangelizaban sobre el "viaje largo" que alguna vez realizarían.
La muerte de Gómez, el
florecimiento de la democracia en Venezuela, su admiración de las gestas de
Simón Bolívar y el activismo en partidos nacientes como Acción Democrática
abonaron su sueño mientras crecían.
Pusieron acento ideológico a
su plan a inicios de 1946, cuando cumplían 33 y 27 años: viajarían por tierra
hasta Detroit, Estados Unidos, casa matriz de los principales fabricantes de
automóviles, para exigir la culminación de la carretera Panamericana.
Renunciaron a sus trabajos
en fincas y talleres de mecánica para alcanzarlo.
"Soñaban con comunicar
a Venezuela con el resto del mundo. Decían que Bolívar hubiera querido unir a
toda América y querían aportar un granito de arena a ese sueño
integracionista", contó a BBC Mundo, Víctor Hugo Márquez, poeta, escritor,
gaitero, hombre de la cultura zuliana e hijo de "Mingo".
Sumaron a un tercer
integrante, Régulo Díaz, alias "Kuruvinda", conocido como el cronista
oral de Maracaibo.
"Mingo" era la
mente maestra, el artífice. José Joaquín, el mecánico, el músculo. Régulo
encarnó al escribano versado en idiomas y geografía.
El equipo estaba completo.
Concesionarios de la Ford entregaron felicitaciones escritas a los excursionistas venezolanos. Les ayudaban a reparar o sustituir piezas del carro. |
El
carro en la porqueriza
El peregrinaje consta en el
libro "Jira Machiques-Detroit", publicado hace dos años por la
Fundación Beltway y cuyos datos provienen de la investigación de un grupo de
viajeros que en 1997 siguió la pista del viaje original.
"Kuruvinda" fue
quien propuso designar el trayecto "jira", con jota en vez de ge,
alegando que el vocablo tradicional define a un viaje que regresa a su origen
tras llegar a destino.
BBC Mundo tuvo acceso al
texto. También verificó las entrevistas de los protagonistas, grabadas en
casetes antes de su fallecimiento, y examinó testimonios de testigos de la
hazaña.
Certificados de
concesionarios automovilísticos dan fe de que los venezolanos cruzaron nueve
países durante el año que duró su excursión -nueve meses tardaron en llegar a
Detroit y volver les tomó otros tres-.
Un dato curioso resalta en
los registros históricos del proyecto: "Mingo", José Joaquín y Régulo
no tenían siquiera un vehículo con el cual trasladarse.
Lo hallaron en 1946 en una
porqueriza. Literalmente.
Los exploradores
consiguieron un carro de tercera mano, modelo T Coupé, construido por la Ford
Motor Company en el año 1928, con una transmisión de dos velocidades y marcha
atrás. Estaba desparramado en el fundo de Arquímides Romero, un amigo, criador
de cochinos.
El motor había sido
instalado como pulmón de una desgranadora de maíz que permitía alimentar a 200
puercos. La capota era una asquerosa alfombra de metal en la entrada del
rancho.
Uno de los guardafangos
yacía bajo un árbol; el otro, enterrado boca arriba en el patio, donde servía
como bebedero de las gallinas. El chasis esperaba, ruinoso, al lado de un
potrero, junto a la caja y la transmisión.
El ganadero les regaló el
carro -o sus partes-. Lo trasladaron de inmediato en un camión para armarlas en
el taller de su amigo y mentor de mecánica, Nicolás "El Maestrico"
Ramírez.
Un gentío se acercó a ver el
carro del que todos hablaban. Un panal de abejas, que se había formado
alrededor de la caja de velocidades, se alborotó al mover las piezas. Medio
mundo sufrió aguijonazos.
Bernardo, hermano menor de
"Mingo", ironizó entre carcajadas: "¡Qué molleja de locos son
ustedes! Quieren irse a Estados Unidos en una caja de abejas".
Un
esperpento
Al carro le ocurrió de todo en la gira: cayó al agua, se le dañaron los frenos y hasta se le averió el motor. |
Ellos mismos fabricaron las
varillas de la dirección hidráulica. También construyeron un cajón cerrado -que
sustituyó la maleta- y un parabrisas con su vidrio frontal. Instalaron un viejo
tanque de gasolina que hallaron abandonado en un mercado popular de Maracaibo.
Rearmaron dos puertas de
reemplazo, sin tapicerías. Le instalaron tres neumáticos con rines de 19
pulgadas y uno de 22, en el tren delantero.
"Era un
esperpento", admite el hijo de "Mingo".
Ciudadanos de a pie
contribuyeron con el presupuesto inicial de la gira de centavo en centavo de
bolívares. Se crearon dos asociaciones civiles para ayudarles a culminar el
"Fotingo", como le apodaban a ese modelo en las naciones caribeñas, y
sumar dinero para el viaje.
Lo armaron en ocho meses. La
placa rezaba: "6221, estado Zulia".
Amarraron un colchón al
techo. Detrás del cojín trasero guardaron una capotera con dos mudas de ropa
para cada uno. "Kuruvinda" cargó sus lienzos, una cámara fotográfica;
"Mingo" y José Joaquín, sus hachas y machetes.
El pueblo se congregó en la
plaza Bolívar de Machiques, frente a la catedral, para despedirles el 27 de
enero de 1947
.
Fue el inicio formal de la
gira. Primera parada: Caracas.
El
chasco de Caracas
La ida hacia la capital tuvo
doble intención: gestionar sus cédulas de identidad y pasaportes; y lograr una
audiencia con el presidente socialdemócrata Rómulo Betancourt en procura de su
respaldo económico y moral.
En el camino comenzaron a
buscar constancias de concesionarios Ford. Querían testimoniar el viaje y, a su
vez, diligenciar cualquier ayuda, desde un pote de aceite, una comida, gasolina
o quizá alguna pieza de repuesto.
El jefe de Estado los
atendió malhumorado. Terminó de encolerizar cuando constató la fealdad del
"Fotingo" al asomarse en su balcón.
"¿Ustedes
piensan llegar a Estados Unidos en esa cafetera? Devuélvanse a Perijá, que es
donde los necesita el partido (AD). Aquí no hay dinero para esas cosas". Los
protagonistas nunca olvidaron su frase de desaire.
Los titulares de prensa
reflejaron el ánimo apaleado de los trotamundos: "Miraflores está
limitado. La gira sale sin un centavo de Caracas".
El viaje cayó en un limbo
hasta que, el 6 de marzo de 1947, decidieron proseguir hasta Colombia por San
Cristóbal, Táchira. Cruzaron la frontera.
La gira no se detenía ni por
Betancourt, ni por nadie.
Colombia:
en las gargantas de la selva
"No cambio este día por
lo mejor del mundo".
"Mingo" estaba
conmovido por la belleza que les sorprendía aquella mañana fría y nublada de
marzo entre los páramos de Cañasgordas y Frontino, Colombia.
Habían viajado desde la
frontera por una carretera asfaltada que les llevó a Duitama, Tunja, Bogotá,
Ibagué, Armenia, Pereira, Manizales y Medellín. El objetivo era llegar a Turbo,
en el golfo de Urabá, para toparse con su santo grial: el invencible Istmo de Darién,
en la vía a Panamá.
Prosiguieron por la tierra
baja del río Atrato, a la altura del poblado de Pavarandocito. Era una región
selvática, pluvial e inaccesible.
La habitaban esclavos
libertos de piel oscura e indígenas que corrían despavoridos al verles llegar.
Nunca habían avistado un carro.
"Mingo", bromista
nato, decidió juguetear con ellos. Apagó el motor, esperó a que se acercaran a
la fiera de metal dormida y, al saberlos cerca, giró la manivela de encendido
para carcajearse mientras corrían aterrorizados.
Repitió el ritual de chanza
varias veces. "Me tomó casi una hora familiarizarlos con el
vehículo", contó el conductor, años luego, a sus cercanos.
Los venezolanos emplearon
yuntas de bueyes para tirar del vehículo en las zonas más barrosas camino al
Tapón de Darién. También utilizaron hacha y machete para adentrarse en esos
valles boscosos.
De
regreso a Colombia
Los puentes rústicos que
construyeron gracias a la experiencia ganada en la Sierra de Perijá, sin
embargo, sirvieron de poco. A la altura del río Zurrambay, la frustración tocó
la puerta.
"Esos fueron los
primeros esfuerzos para abrir camino en selvas vírgenes, tupidas y húmedas. Ahí
fue donde no pudimos. Mucho pantano y selva", admitió Régulo, al declarar
a reporteros ya en su ancianidad.
Unos canoeros, asombrados de
verles tan introducidos en la fronda de esos caños, les advirtieron que no
avanzaran un centímetro más.
"Mingo", José Joaquín y "Kuruvinda" construían puentes rústicos derribando árboles y se abrían paso en la selva con hacas y machetes.
|
Si no se devolvían, el carro
quedaría hundido bajo el agua en cuestión de horas. Si lograban cruzar, les
dijeron, morirían por ataques de los kuna, una tribu indígena de feroz
reputación.
La triada de exploradores
admitió su fracaso momentáneo. Decidieron echar marcha atrás, regresar a la
frontera y escudriñar una nueva vía hasta Panamá.
La gira era famosa en la
prensa. La Casa de Nariño -sede del gobierno colombiano- les echó una mano:
autorizó que un tren les llevara de regreso desde Medellín a Cúcuta.
Desde los límites con
Táchira marcharon con destino a Cartagena y cruzaron gratuitamente a Colón en
una goleta conocida como "la Herman".
Un cabestrante que ataba el
vehículo se desprendió por un sacudón de vientos en medio de la mar, partiendo
de golpe uno de sus espejos retrovisores.
El malogrado
"Fotingo" sumaba otra muesca camino a Panamá.
Panamá:
fama de "bellacos"
Miguel Maduro, comerciante
aficionado a la cacería, escuchó en 1947 un alboroto a las afueras de su
negocio de víveres en la avenida central de Ciudad de Panamá.
Tres venezolanos contaban
anécdotas de la selva, firmaban autógrafos, rogaban a mercaderes y ciudadanos
de a pie por alguna colaboración para concluir su expedición.
Viajaban en "una
matraquita llamativa", llena de tanques de gasolina vacíos.
Eran celebridades de paso.
"La gente los aplaudía
y todo. Ellos necesitaban el 'bille' pa' seguir pa' lante. No tenía mucho, pero
algo les di", recordó Miguel en 1998, ya a sus 82 años.
Los exploradores
consiguieron donaciones múltiples antes de seguir su ruta hacia David y La
Cuesta de Los Suspiros, donde se toparon con el inicio montaraz de los senderos
que unen a Panamá y Costa Rica.
Eran carreteras
"malísimas, horrorosas, de puras montañas", describió aquel vendedor
altruista de la avenida central en su ancianidad.
Miguel admiró el coraje de
los turistas.
Les elogió con un término
reservado en Panamá para los más valientes e intrépidos: "¡se pasaron de
bellacos ellos haciendo ese recorrido!".
Costa
Rica desventura
El trecho entre Costa Rica y
Nicaragua se antojó perverso. Mostró el auténtico rostro de la selva
malasangre.
"Mingo", José Joaquín
y Régulo abrieron trillas durante 12 días entre La Cuesta y el río Colorado.
Los tramos rústicos que favorecían el avance del "Fotingo" se
extinguieron.
El plan de un panameño
llamado Nicomedes Franco, quien les construyó una balsa a la altura del segundo
canal para ahorrarles camino hacia Pueblo Nuevo de Coto, fracasó
estrepitosamente.
"La balsa falló, el
carro cayó al río", relató a sus 92 años Eloy Bonilla, uno de los hermanos
que escoltaron a los viajeros ese día junto a sus bueyes, "Chato" y
"Venado".
Esperaron la vaciante de la
marea baja, hasta que el agua asomó un retazo del techo. Tiraron de él con los
animales y lo lograron extraer de las tragaderas del Colorado tras horas de
lucha.
Tuvieron que remolcar el
Ford con una vagoneta hasta una estación de tren para viajar a Golfito. El
motor, húmedo por el accidente, no funcionaba. José Joaquín empleó a fondo su
experticia en mecánica para resucitarlo.
Ford les desea mucho éxito en este manuscrito del 14 de agosto de 1947. |
Régulo no pudo acompañarles
en la reanudación del viaje, pues tuvo que volar de emergencia a Managua,
Nicaragua, para operarse un tumor que le creció en la mano de tanto girar la
manivela del "Fotingo".
Sus camaradas lo recogerían
en la ciudad, pero tardaron más de lo esperado al adentrarse en los pantanales
de la selva del Guanacaste, camino desde Liberia a la fronteriza Peñas Blancas.
Se vieron forzados a
fabricar emparrilladas de palos para mover el "Fotingo" por esos
lodazales. Coyotes y lobos les rodeaban de noche, atraídos por las fogatas que
encendían con la gasolina de sus tanques.
Extravío
"Mingo" había
coordinado en San José con Lolita Clachar, experta aviadora y esposa de uno de
sus expatrones de Machiques que migró a Centroamérica, el lanzamiento aéreo de
provisiones en esas ciénagas.
Solo uno de los paracaídas,
el del combustible, cayó a unos 500 metros de ellos. El de los alimentos fue a
parar al diantre por culpa de una ventisca.
Las reservas de comida se
limitaron a kilos de jobos y guanábana tigre, ambas frutas selváticas. Diarreas
y vómitos les descompusieron con el paso de los días.
Se extraviaron, como
colofón, tratando de alcanzar los terrenos más altos que bordean el piedemonte.
Ya eran finales de julio de 1947.
"Mingo", con las fuerzas
disminuidas y viendo a José Joaquín al borde del desmayo sentado bajo un árbol,
usó su brújula para volver a la ruta original.
A las dos horas de picar
monte a machetazos hacia el norte, halló una trilla, enmontada y estrecha.
Corrió de vuelta a reanimar
a su amigo para enfilar hacia el camino recién descubierto. Y un piquete de
soldados nicaragüenses los sorprendió allí: les buscaban desde hacía días por
órdenes superiores.
En los periódicos había
angustia por la desaparición de los excursionistas venezolanos. El diario “Noticias Gráficas” incluso reportó el
fracaso de la gira y se dudó de si seguían con vida.
La muerte, según el doctor
del campamento militar de Peñas Blancas, no les hubiese perdonado un día más
dentro de la jungla.
México:
el camino más bonito
Víctor Hugo Márquez, hijo de uno de los viajeros originales, encabezó un periplo en 1997 para seguir los pasos de sus antecesores.
|
"Mingo" y José
Joaquín reactivaron la "jira" a los tres días desde la frontera,
rumbo a Managua, donde Régulo les esperó afanoso.
La andanza hacia
Norteamérica se reanudó con el lineup completo en un camino menos agreste:
recorrieron Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala por calzadas de tierra
y asfalto.
No hubo más jungla ni
necesidad de usar hachas.
El "Fotingo" llegó
a México, en septiembre de 1947, dando tumbos: tenía los frenos dañados y
debían detenerlo usando el retroceso -la Ford del D.F. reparó la caja de
velocidades como cortesía-.
La pasión y el disfrute
suspendieron temporalmente la expedición en esas coordenadas de mariachis,
tequila y estrellas de cine.
"Mingo" se enamoró
de una secretaria de la emisora XEW, cuyos directivos les concedieron pases
gratuitos a todos sus shows de medianoche. Disfrutaron en vivo de artistas como
Pedro Infante, María Félix y Jorge Negrette.
Veintiocho días de amoríos y
parrandas después, emprendieron camino hacia Estados Unidos. A regañadientes,
eso sí.
Penuria
y frustración en Estados Unidos
Una mujer de apellido
Villalba, dueña del hotel Caracas, ubicado en el lado mexicano de Laredo en la
frontera con Estados Unidos, escuchó maldiciones en su comedor una tarde de
octubre de 1947.
Los improperios tenían
acento venezolano.
"Mingo", José
Joaquín y Régulo gastaban sus últimos tres dólares entre sopas y obstinaciones,
despotricando contra su desdicha. Agentes de la aduana recién les impidieron
entrar a Estados Unidos por no contar cada uno con 400 dólares en efectivo.
La doña, nativa de la
capital venezolana, simpatizó con su causa de inmediato.
"¡Yo los voy a ayudar!
Amo tanto a mi patria y solo he visto aquí a cuatro venezolanos: al pelotero
Vidal López y a ustedes tres".
Su esposo, un británico que
se mudó a México en procura de mejor clima para su afección cardíaca, les
prestó el dinero con la condición de que se los devolvieran ya en suelo
estadounidense.
Procedieron de acuerdo con
el plan y así pudieron avanzar hasta Houston, Waco, Dallas, Lebanon, Saint Louis,
Saint Elmo y Beecher City.
La General Tires de Texas
les donó cuatro cauchos del rin correcto gracias al lobby de un periodista que
conoció sobre la "jira". El "Fotingo", al fin, remendó su
torsión camino a su destino final.
Por
fin, Detroit
Jack Roach, socio de Ford, aseguró que su visita fue "interesante" y esperó que su ayuda les sirviera. |
A Detroit, Michigan,
entraron el jueves 30 de octubre de 1947. Era Día de Brujas. La ansiedad les
llevó a manejar directamente hasta la sede principal de la Ford. Imaginaron una
recepción esplendorosa. Craso error.
Un vigilante les regañó por
parquear en un lugar prohibido -"¡only
five minutes!"- Henry Ford Tercero, presidente de la empresa, no pudo
atenderlos: salía de viaje a Washington para contraer nupcias; no volvería sino
hasta dentro de dos meses tras su luna de miel en Europa.
La redención tardó 24 horas.
Un veterano de la guerra, a quien conocieron en México y residente de Detroit,
les acompañó hasta la planta al día siguiente, previo pacto con amigos obreros
de la Ford, quienes acordaron homenajear a los nómadas de Venezuela como
merecían, aun sin permiso de los ejecutivos. La admiración, los saludos, las
pláticas y los aplausos duraron media hora en la plaza central.
Sin embargo prosperó una
solicitud de los empleados a la directiva de donar 500 dólares y un vehículo
nuevo a cada uno. El capellán de la fábrica, en respuesta, les prodigó una
donación de 90 dólares del fondo sindical.
"Mingo", José
Joaquín y Régulo desestimaron una oferta de seis meses de trabajo en la Ford.
También declinaron recibir ciudadanía estadounidense a cambio de enlistarse con
las tropas que combatían en Alemania.
"Venezuela
libera países, no los conquista", explicaron.
Atendiendo consejos de
cónsules de México y Venezuela, viajaron hasta Búfalo, Canadá, para renovar por
90 días sus visas de estada.
De regreso, ya cortos de
dinero, condujeron hasta Nueva York. El hambre y el frío les flagelaban. Solo
había 15 centavos de dólar en las entrañas de sus carteras.
Decidieron abandonar el
"Fotingo", mal estacionado y sin gasolina, en la esquina de Audobon
con 179. La frustración les abrigó aquella tarde de noviembre en plena celebración
de Acción de Gracias.
Joe,
el salvador
Los venezolanos fueron en busca de Joe Costa. |
Un comerciante local les
recomendó hablar con Joe Costa, un puertorriqueño dueño de un negocio cercano
conocido como Joe's Launchonette, quien tenía fama de ayudar a latinos en
necesidad.
El hombre fue la salvación.
Les recibió como ellos se concebían: héroes que lograron lo insólito,
desafiantes de la selva misma mientras la muerte les hacía sombra, todo en pro
de la integración latinoamericana.
Hubo vino, fotografías, una
cena con pavo.
Costa les prometió tres
comidas gratis al día, gestionó con la policía local que no remolcaran el
vehículo al garaje municipal y diligenció visitas a instituciones como el Club
Automovilístico de Nueva York.
Allí les concedieron la
insignia dorada AAA y la membrecía de honor.
Adhirieron la estampa,
orgullosos, sobre el vidrio frontal.
Venciendo
la distancia
El regreso a Venezuela nació
en la costa este, en el incipiente 1948.
"Mingo" se
adelantó en un vuelo a Caracas para alistar el recibimiento. José Joaquín y
Régulo viajaron con el carro, gratuitamente, en el paquebote Anzoátegui de la
flota Gran Colombiana.
El barco atracó el 16 de
enero en La Guaira, centro de Venezuela. El afán viajero se había sellado
22.000 kilómetros, nueve países, y un año y dos días después de su partida.
El "Fotingo"
circuló algunos meses más, hasta que lo parquearon al lado de la gasolinera “La Periquera” cuando alguna que otra
pieza se dañó y sus repuestos no se hallaron más en el mercado.
El histórico carro sufrió en
Machiques, irónicamente, la suerte que le perdonaron en la Gran Manzana:
funcionarios lo remolcaron con una grúa hasta la chatarrería del distrito.
José Joaquín apenas pudo
recuperar, en 1952, la insignia AAA dorada y el motor. Régulo guardó el
cuaderno de sus memorias, que, a los años, algún alma ignorante botó durante un
desalojo de su residencia.
"Mingo", el
artífice, la mente maestra, el soñador del empeño integracionista, bolivariano
y quimérico que nació décadas atrás en la montañosa de Machiques, conservó las
fotografías, los autógrafos de celebridades y los certificados.
Hoy, 70 años después, la
carretera Panamericana idealizada por aquellos tres zulianos está culminada.
Sus 23.000 kilómetros de extensión unen a Alaska con la Tierra del Fuego, en el
extremo sur de Argentina, según comprobó un reportaje de BBC Mundo en 2009.
Sin embargo, aún es
imposible completar el recorrido sin surcar en barco el trayecto que los tres
venezolanos no pudieron domar durante su "jira": el Istmo o Tapón de
Darién.
"Mingo",
repentista y amante de la prosa, escribió en 1978, días antes de morir, un
poema para conmemorar sus días de hachas, peligros y atrevimientos en las
gargantas más toscas de América.
"Sufrir
fue mi destino en la constancia,
De
pasar centenares de mañanas,
Desflorando
la selva americana,
Tramo
a tramo, venciendo la distancia.
Entre
la niebla gris de primavera,
Venezuela
triunfaba con virtudes".
Era su forma de mimar a su
legado más trascendente.
AGRUPACIÓN: A
lo Zuliano
TEMA: De
Machiques a Detroit
LETRA: Víctor
Hugo Márquez
SOLISTA: Heli
Orsini (Los Cañoneros)
AÑO:
2014
ÁLBUM: A
lo zuliano 2014
Coro
De Machiques
a Detroit/
Por la
selva tropical/
De la
América Central/
En aquel
carro Fotingo/
Régulo,
Joaquín y Mingo/
Abrieron
ruta inmortal.
III
Nueve
meses peregrinos/
A motor,
hacha y machete/
Y parió
el cuarenta y siete/
Para
la historia un camino/
Vitoreados
por Gaitán/
Cantinflas
y Pedro Infante/
Gente
humilde y gobernantes/
Asombrados
por su afán.
FUENTE:
Gustavo Ocando Alex.
Venezuela, especial para “BBC Mundo”
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